ESTRENOS DEL 16 DE ENERO
ESTRENOS DEL 23 DE ENERO
“TODO POR DINERO”. FILM ROSE.
Realizar un cortometraje, especialmente en las condiciones económicas (o la ausencia de ellas) en las que se producen la mayor parte de los trabajos audiovisuales de este formato en nuestro país, es siempre un gran esfuerzo personal y artístico. Por ello, es fantástico encontrar la sala llena el día del estreno y un público entregado que participa de la función. Debido a esto, antes de pasar a la crítica de “Todo por Dinero”, queremos felicitar al equipo de J.A. Producciones por haber conseguido un éxito multitudinario ayer jueves, 22 de enero, en TEA Tenerife Espacio de las Artes. Ese fue el resultado de una amplia campaña de promoción, original y ambiciosa que demuestra el entusiasmo y cariño con el que se ha empaquetado este corto.
“Todo por Dinero” es el cuarto cortometraje dirigido por José Agustín Hernández tras “Venganza Oculta”, “Inmersos” y “Satisfacción” y su segundo acercamiento al género de la comedia y hay que decir que se trata de su trabajo más logrado hasta la fecha. La historia nos presenta a Bencomo, un hombre que ha sido víctima de un accidente, perdiendo la memoria, al mismo tiempo que gana una considerable suma de dinero. A partir de ahí, todas las personas que hay a su alrededor, seres despreciables y egoístas, buscarán la forma de convencerle de que son lo más importante en su vida para poder hacerse con su dinero. Una trama que a rasgos generales parece sacada de la serie negra clásica, pero que con el tono de comedia desatada del cortometraje podemos calificar más bien de film rose.
A nivel de producción hay que reconocerle al equipo una excelente labor para paliar la ausencia de presupuesto, involucrando a empresas que aportaran si no dinero, sí aquellos elementos que necesitaban para contar la historia. De esta manera, sin contar con dinero para costear el cortometraje, sí han conseguido que, con sus limitaciones, la cinta luzca más lujosa de lo que realmente ha sido, destacando apartados como el vestuario, muy cuidado para dar una impresión inmediata al espectador de cada personaje que puebla el argumento. El cortometraje cuenta con un extenso reparto muy bien afinado y escogido para cada rol, a destacar la presencia del siempre eficaz José Luis de Madariaga, a quien en esta ocasión le toca el arduo trabajo de poner la cara seria ante el histerismo general del resto de compañeros, y el duelo humorístico a tres bandas creado por Sofía Privitera, Diego Lupiañez y Aaron Gómez. “Todo por Dinero” es una comedia desfasada y frívola, inocente en sus planteamientos, aunque con varios latiguillos mordaces guardados en la recamara. A estas características se suman todos los personajes, a cada cual más estrafalario. Desde la folclórica Camila (Sofía Privitera) hasta el kinky del Pana (Aaron Gómez), pasando por la pija Priscila (María Abreu), la caribeña Fabiola (Silvia Romero) o el oportunista Nauzet (Diego Lupiañez), todos los personajes se apuntan a una carrera continua de frases rápidas y punzantes en la mejor tradición de la screwball clásica. A estos ingredientes hay que añadir una puesta en escena ágil y juguetona por parte de José Agustín Hernández, quien deja que sean los personajes y el ritmo de los diálogos lo que marque el tempo del corto, abogando por los planos largos para dejar mayor libertad de movimientos a los actores.
Con este abanico de coloridos personajes y el excelente trabajo que hacen los actores con ellos, el pero que le podemos poner al cortometraje es lo efímero de su argumento. Con ese material nos hubiese gustado un guion más trabajado, que sacara mayor partido de los personajes y a las situaciones que la historia puede dar pie. Compuesto por cinco secuencias extensas, el desarrollo del argumento se produce de manera un tanto esquemática y precipitada, resolviéndose el conflicto con suma celeridad, cuando aún historia y personajes daban juego para más situaciones estrambóticas, o al menos para dilatar más las ya establecidas. A nivel musical se opta por una selección de temas preexistentes, destacando el uso del tema clásico de Edvard Griev En el Salón del Rey de la Montaña, aquí aprovechado para dar un crescendo continuo a la secuencia. Al tratarse de una comedia desenfadada, el uso tan marcado de la música ayuda a subrayar el tono humorístico del conjunto, aunque a nuestro gusto, se acaba abusando demasiado de esta herramienta.
En conjunto, “Todo por Dinero” es un cortometraje agradecido por el espectador. Es divertido, dinámico, ágil con los diálogos y perfectamente ejecutado por sus actores; sin embargo, al final, en parte debido a estas bondades, que hacen que uno quiera indagar más en los personajes, a nosotros como espectadores nos ha sabido a poco.
PREMIOS FEROZ 2015
Si Los Goya equivalen a los Oscars del cine español, hacía falta en nuestro país los correspondientes a los Globos de Oro, y con ese fin fueron creados el año pasado los Premios Feroz, otorgados por la Asociación de Informadores de Cine de España (AICE).En este sentido, estos jóvenes galardones no ocultan su herencia de su homólogos estadounidense y la gala vistió también características similares. Se buscó ante todo una entrega de premios desenfadada y mordaz, capaz de criticar con humor la situación del cine nacional, sin olvidar el fin mayor que es difundir lo mejor de la producción española del pasado año. La que partía como película favorita por número de candidaturas, “La Isla Mínima”, consiguió alzarse como la gran ganadora de la noche, materializando cinco de sus diez nominaciones (mejor drama, mejor director para Alberto Rodríguez, mejor actor protagonista para Javier Gutiérrez, mejor música original para Javier de la Rosa y mejor trailer). Le ha seguido de cerca una de las propuestas más arriesgada del 2014, “Magical Girl”, que cerró la noche con 4 estatuillas (mejor guión para Carlos Vermut, mejor actriz protagonista para Bárbara Lennie, mejor actor de reparto para José Sacristán y mejor cartel). Por otro lado, los críticos no se han dejado encandilar por el éxito de “Ocho Apellidos Vascos” (que no ha conseguido ninguno de los premios a los que optaba), entregando el Feroz a mejor comedia a Paco León y su “Carmina y Amén”. Finalmente, el premio a mejor actriz de reparto fue para Iztiar Aizpuru “Loreak”. Otras perdedoras de la noche fueron “10.000 Km” (seis candidaturas), “El Niño” (tres candidaturas) o “Hermosa Juventud” (tres candidaturas) que se fueron de vacío. El Premio Feroz de Honor de este año ha sido para el cineasta Carlos Saura.
PALMARÉS COMPLETO DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE LOS PREMIOS FEROZ
Mejor película dramática
“La isla mínima”, de Alberto Rodríguez
Mejor comedia
“Carmina y amén”, de Paco León
Mejor dirección
Alberto Rodríguez por “La isla mínima”
L’Oréal Professionnel Mejor actriz protagonista
Bárbara Lennie por “Magical Girl”
Mejor actor protagonista
Javier Gutiérrez por “La isla mínima”
Mejor actriz de reparto
Itziar Aizpuru por “Loreak”
Mejor actor de reparto
José Sacristán por “Magical Girl”
Mejor guion
Carlos Vermut por “Magical Girl”
Mejor música original
Julio de la Rosa por “La isla mínima”
Mejor tráiler
Trailer de “La isla mínima”
Mejor cartel
Cartel 1 de “Magical Girl”
ESTRENOS DEL 30 DE ENERO
ESTRENOS DEL 6 DE FEBRERO
PREMIOS GOYA 2015
Con paso torero, aunque no a ritmo de pasodoble, sino de la canción “Resistiré”, comenzó ayer la XXIX Ceremonia de los Premios Goya, y no era para menos. 2014 ha sido uno de los años más rentables del cine español, con más de veinte millones de espectadores acudiendo a las salas a ver cine nacional y con películas batiendo records de recaudación (130 millones de euros recaudados en 2014) y permanencia en cartelera. Con esos datos sobre la mesa, nuestra industria bien podía permitirse salir con paso triunfal y sacar pecho ante el maltrato recibido por el gobierno de la nación. En la gala se habló del IVA, pero no ha quedado únicamente ahí. El desprecio a la calidad de nuestras películas y el alejamiento del público fue arma esgrimida no hace mucho, pero con esta demostración de fuerza, el ministro de cultura, José Ignacio Wert, no pudo en esta ocasión escabullirse como hiciera cobardemente el año pasado (mis disculpas por el alegato político en un blog cuyo interés es el cine, pero no se trata de política, sino de hechos consumados). Pese a esto, nuestros artistas han saso muestras de un gran talante y la gala se convirtió en una celebración del éxito, no un mitin político. Hubo menciones a la situación que pasa nuestro cine por culpa de las políticas fiscales y culturales, pero todas ellas hechas con mesura y elegancia. En ese momento de poder, el cine español optó por tender la mano y hablar de futuro. Enrique González Macho habló del legado del cine español, representado en la sala esa noche por Asunción Balaguer y del camino que nos queda por andar. Habló de la importancia del cortometraje como fuerza creativa y cantera del cine, y por lo tanto un medio que hay que proteger y ayudar. El cine español ha dado un paso adelante y ha roto una de las principales resistencias que tenía a nivel económico, la aceptación del público, pero eso únicamente no hace industria. El cine es algo más que la taquilla y el porcentaje que aporta a las arcas del Estado (más de 27 millones de euros el año pasado), es cultura y es un brillante embajador de nuestro país en el extranjero. Al final las primas de riesgo seguirán subiendo o bajando, igual que la bolsa y el valor del euro. Con el tiempo olvidaremos a qué tipo de interés estaba la hipoteca en febrero de 2015 (que no el dolor de las familias que han sufrido los estragos de la crisis) o cuál era el porcentaje de IVA que pagaban las productoras por lo recaudado en taquilla. Al final, si hay calidad y reconocimiento, lo que perdurará serán las películas (junto con el resto de las representaciones artísticas) y son ellas las que hablarán de nuestro legado. Cuidemos el arte, cuidemos el cine, y la Historia hablará bien de nosotros.
Pero volvamos a la gala y los premiados. La ceremonia estuvo conducida por Daniel Rovira, humorista que debutó el año pasado en nuestro cine y que además se llevó anoche el Goya a Actor Revelación. Rovira demostró su dominio de las tablas y del directo. Se metió al público en el bolsillo con su sentido del humor y ayudó a aligerar las casi cuatro horas (tres horas y cuarenta minutos en total) que duró el evento. Hubo de todo, humor inteligente, humor burdo, clichés por comunidades y hasta bajada de pantalones. También Rovira supo quitarse la máscara de cómico y ponerse serio cuando tocaba. Con esa labor, no sólo ha conseguido entrar en nuestro cine como actor revelación, también se alzó entre los primeros puestos de un puesto que ha contado con eminentes representantes como Rosa María Sardá, Eva Hache o Andreu Buenafuente (y haciéndonos olvidar momentos más vergonzosos, como el Manel Fuentes del año pasado). Un año más, el caballo de batalla fue la duración de la gala. Son muchos los premios a entregar y, al mismo tiempo, hay que evitar que sea un espectáculo esquemático, adornándolo siempre con números musicales o humorísticos (por lo general excelentes, aunque, un año más, seguimos sin entender qué hace Alex O’Dogherty en la gala). Los galardonados hicieron esfuerzos por ajustarse al minuto que se les concedía para los agradecimientos. Los nervios traicionaron a algunos (a Nerea Barros el premio la cogió completamente desprevenida) y otros no pudieron evitar pasarse del tiempo. Ahí quien se llevó la palma fue José Antonio Félez, productor de “La Isla Mínima”, mientras que un histórico del exceso como Karra Elejaldre supo acotar su discurso al tiempo establecido. Uno de los momentos, también excesivos, pero históricos, fue la entrega del Goya de Honor a Antonio Banderas. Acompañado por Pedro Almodóvar, en una noche donde también Penélope Cruz era una de las invitadas de honor, fue difícil no referirse a los artistas españoles que logran triunfar en el extranjero. Independientemente de la opinión que cada cual pueda tener de él como actor, Banderas fue un buque cortahielos para muchos artistas y siempre ha ejercido de valedor del cine español fuera de nuestras fronteras, sin olvidar sus orígenes y regresando a España para con su prestigio apoyar e impulsar nuevos proyectos nacionales. Podemos pensar que ese Goya de Honor ha tardado en llegar a alguien que tanto ha hecho por la difusión del cine y los artistas españoles, pero en esa noche de triunfalismo, el suyo era el premio más adecuado.
Fue una gala con una clara vencedora. De las doce candidaturas a las que optaba, “La Isla Mínima” se alzó con 10, convirtiéndose en la tercera película española con más Goyas de la historia (empatada con “Blancanieves”, que se llevó esa misma cifra en 2013). Estaba claro que la cinta de Alberto Rodríguez iba a ser la vencedora de la noche, así lo aseguraban todas las quinielas y otros galardones entregados a la película previamente; sin embargo, lo que quizás no se esperaba era esa contundencia. Su triunfo restó protagonismo a las dos cintas que competían directamente con ella, “El Niño” (que consiguió los premios a dirección de producción, sonido, efectos especiales y canción) y “Magical Girl” (que tuvo que contentarse con el Goya a mejor actriz para Bárbara Lennie, eso sí, uno de los galardones esperados de la noche). Otro título que salió con paso triunfal fue “Ocho Apellidos Vascos”. No tan afortunada en cuando a número de candidaturas (partía con cinco menciones), sí logró hacer buen acopio de premios en las categorías de interpretación, con los ya mencionados Karra Elejarde y Daniel Rovira, y Carmen Machi en el escenario. Otros premios a destacar son los de dirección novel para Carlos Marques-Marcet por “10.000 Km”, los dos Goyas a mejor cinta de animación y mejor guion adaptado para “Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo”, y la estatuilla a mejor película iberoamericana para “Relatos Salvajes”, cinta que compite por el Oscar a Mejor película de Habla no Inglesa en los Oscars con el Goya a mejor película europea, la polaca “Ida” de Pawel Pawlikowsky. Nosotros particularmente echamos de menos ver en el escenario a los candidatos canarios, especialmente Víctor Moreno por “Edificio España”, un trabajo más que merecedor del galardón. Hubiésemos preferido el galardón de actor de reparo para el veterano José Sacristán por “Magical Girl” (por muy divertido que también nos parece el papel de Elejalde en “Ocho Apellidos Vascos”, cinta que indudablemente debe la mayor parte de su éxito a la labor de sus actores) y el premio a música original se lo hubiésemos entregado a Pascal Gaigne por su bellísima partitura para “Loreak”.
La añada del 2014 ha sido especialmente fructífera para nuestro cine. Difícil lo tendrá este 2015 para poder igualarla, pero confiemos que la senda ya ha sido abierta y que el cine español que está por venir sepa aprender y aprovechar el camino andado.
GALARDONES
MEJOR PELÍCULA
- “La Isla Mínima”
MEJOR DIRECCIÓN
- Alberto Rodríguez, por “La Isla Mínima”
Mejor actriz
- Bárbara Lennie, por “Magical Girl”
Mejor actor
- Javier Gutiérrez, por “La Isla Mínima”
Mejor actriz de reparto
- Carmen Machi, por “Ocho apellidos vascos”
Mejor actor de reparto
- Karra Elejalde, por “Ocho apellidos vascos”
Mejor actriz revelación
- Nerea Barros, por “La Isla Mínima”
Mejor actor revelación
- Dani Rovira, por “Ocho apellidos vascos”
Mejor dirección novel
- Carlos Marqués-Marcet, por “10.000 km.”
Mejor guión original
- Rafael Cobos y Alberto Rodríguez, por “La Isla Mínima”
Mejor guión adaptado
- Javier Fesser, Cristóbal Ruiz y Claro García, por “Mortadelo y Filemón contra Jimmyel Cachondo”
Mejor dirección de fotografía
- Álex Catalán, por “La Isla Mínima”
Mejor música original
- Julio de la Rosa, por “La Isla Mínima”
Mejor canción original
- “Niño sin miedo”, de David Santisteban, India Martínez y Riki Rivera, por “El Niño”
Mejor sonido
- Marc Orts, Oriol Tarragó y Sergio Burmann, por “El Niño”
Mejor dirección de producción
- Edmon Roch y Toni Novella, por “El Niño”
Mejor montaje
- José M. G. Moyano, por “La Isla Mínima”
Mejor dirección artística
- Pepe Domínguez, por “La Isla Mínima”
Mejor maquillaje y peluquería
- Carmen Veinat, José Quetglas y Pedro Rodríguez por “Musarañas”
Mejor diseño de vestuario
- Fernando García, por “La Isla Mínima”
Mejor película europea
- “Ida”, de Pawel Pawlikowsky
Mejor película iberoamericana
- “Relatos salvajes”, de Damián Szifrón.
Mejor película documental
- “Paco de Lucía: la búsqueda”, de Curro Sánchez Varela
Mejor película de animación
- “Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo”, de Javier Fesser
Mejores efectos especiales
- Guillermo Orbe y Raúl Romanillos, por “El Niño”
Mejor cortometraje de ficción
- “Café para llevar”, de Patricia Font
Mejor cortometraje de animación
- “Juan y la nube”, de Giovanni Maccelli
Mejor cortometraje documental
- “Walls (Si estas paredes hablasen)”, de Miguel López Beraza
BIOPICS (I). A MODO DE INTRODUCCIÓN
BIOPICS (II). “THE IMITATION GAME. DESCIFRANDO ENIGMA”. EL ENIGMA TURING
BIOPICS (III). “BIG EYES”. SIN NOTICIAS DE BURTON
Cuando en 1994 Tim Burton estrenó “Ed Wood” a partir del guion escrito por Scott Alexander y Larry Karaszewski, la película se convirtió en una poderosa apología del cine basura. El considerado “peor director de la historia del cine” veía su vida y su obra relatada con una exquisita sensibilidad que daba sentido y coherencia a sus despropósitos cinematográficos. La elección del matrimonio Keane como protagonistas del reencuentro de director y guionistas nos hacía aspirar no sólo a un biopic de la turbulenta pareja o un discurso sobre el silenciamiento del rol femenino en el arte, sino también a un acercamiento al arte kitsch y el choque existente entre su valoración popular y el rechazo de la crítica seria. Desgraciadamente los 20 años que separan una cinta de la otra marcan también un cambio en el discurso de Burton, quien parece haber perdido esa sensibilidad especial con la que trataba a sus personajes para convertirse en una caricatura del que fuera, incapaz ahora de llenar de humanidad su recargado diseño visual.
Tras proyectos de peso más comercial como “Charlie y la Fábrica de Chocolate”, “Alicia en el País de las Maravillas” o “Sombras Tenebrosas”, “Big Eyes” se presentaba como la primera película del director donde el componente fantástico brillaba en su ausencia. Aquí no tenemos ni siquiera los guiños al cine de ciencia ficción de los años 50 de “Ed Wood”, sino una representación del cambio social y artístico que se produjo en Estados Unidos con la llegada de la contracultura. La deformidad de los cuadros de Margaret Keane y el discurso sobre la construcción del artista son los únicos elementos que conectan con la personalidad del director, quien, como artista incomprendido que fue en sus comienzos, no puede evitar identificarse con su protagonista, del mismo modo que tampoco oculta su regocijo al convertir a Walter Keane en un ser grotesco y repelente.
Pese a su etiqueta de biopic, construido sobre una historia real, con personajes reales, el guion está lejos de ser una obra realista, al menos en lo que a sus personajes se refiere. Guionistas y director los utilizan como encarnaciones conceptuales antitéticas con las que armar un discurso maniqueo. Margaret representa el auténtico arte, el que se trasmite desde la sensibilidad del artista. Es cierto que el enfoque feminista de la trama y la relación de la protagonista con su hija ayudan a humanizar más al personaje, pero estas ideas quedan levemente apuntadas, sin profundizar en ellas. En los momentos en los que Margaret comparte plano con su antagonista (que son la mayor parte de la película), esa atisbo de complejidad psicológica es dejado a un lado para apuntalar el tema principal de la película. Esto es más evidente con Walter, ya que si bien hay una degradación en la representación del personaje, resultando cada vez más y más bufonesco, su sentencia está anunciada de antemano, por lo que ni Burton ni los guionistas se molestan en comprender al personaje. Se trata de un villano de cuento devorado por sí mismo en la película.
Fuera de la historia principal, la película resulta aún más errática y elíptica, presentando personajes que luego apenas tienen peso en la acción o que simplemente quedan diluidos hasta desparecer, dejando la duda de porqué fueron presentados en primer lugar. Ahí tenemos figuras como DeeAnn, esa gran amiga de la protagonista interpretada por Krysten Ritter, que aparece y desaparece según capricho de los demiurgos de la historia, pero que no aporta nada a los personajes, o esa representación de la crítica artística por parte de los papeles interpretados por Jason Schwartzman y Terrence Stamp. El primero efímero y caricaturesco, el segundo demasiado escueto pese a la poderosa presencia del actor que lo encarna (podemos ver en Stamp una extensión de esos papeles que Burton ofrecía primero a Vincent Price y luego a Christopher Lee).
La simpleza del guion no encuentra consuelo en la puesta en escena de Burton, cuya personalidad parece completamente ausente en la película. Si en algunos de sus trabajos se le podía acusar de asfixiar a la historia con su propia identidad artística, aquí resulta casi imposible identificarle tras las imágenes, con una planificación neutra y vacía que perfectamente podríamos atribuir a cualquier realizador por encargo al uso. Sólo un cierto tono fabulador de la narración, como si la historia del matrimonio Keane fuera un cuento de hadas oscuro, sirve de puente con otras historias del director, pero no lo suficiente como para reconocer su firma autoral en la puesta en escena.
La única redención de la cinta está en los intérpretes. Si al finalizar la película tenemos cierta sensación de haber conectado con los personajes es gracias a los espléndidos trabajos de Amy Adams y Christophe Waltz. La primera imprime humanidad y sensibilidad a su Margaret Keane. Lo que en el papel era un personaje errático, sin personalidad, suple su falta de coherencia dramática con la mirada emotiva de la actriz. Puede que no comprendamos sus motivaciones, pero sí nos sensibilizamos con su situación. Por otro lado, Walter es presentado por los guionistas de manera caprichosa y caricaturesca, negándole cualquier rasgo de humanidad. Lo que en manos de otro actor podría haber caído en una mera pantomima, Waltz sabe intensificarlo para dibujar un personaje verdaderamente odioso y repelente. No podemos hablar de aportar tridimensionalidad dramática al papel, pero sí darle más enjundia como villano y aportar verosimilitud a su patétismo.
Resulta doloroso ver a un cineasta otrora imaginativo e interesante caer en niveles tan bajos de creatividad, así como desperdiciar una historia con tanto potencial en favor de un guion impersonal y vacuo. Sin embargo, también es cierto que es ante estos abismos de inspiración que uno puede apreciar con mayor valía la importante labor de los actores.
BIOPICS (IV): “LA TEORÍA DEL TODO”. MICROCOSMOS DE LA COSMOLOGÍA
ESTRENOS DEL 13 DE FEBRERO
XI PREMIOS DE LA CRÍTICA MUSICAL CINEMATOGRÁFICA ESPAÑOLA (PREMIOS SCOREMAGACINE)
Como cada año, la web española especializada en música de cine ha dado a conocer el resultados de los premios que convocan para reconocer la labor de los compositores cinematográficos tanto a nivel nacional como internacional, a partir de las votaciones realizadas por críticos de los principales medios nacionales. La gran olvidada de los premios cinematográficos del año (Feroz y Goya), "Autómata", se ha alzado con el galardón de mejor score español del 2014 en los XI Premios de la Crítica Musical Cinematográfica Española (Premios Scoremagacine) que organiza el sitio web scoremagacine.com. En la categoría de mejor compositor nacional (o afincado en España), el francés Pascal Gaigne ha sido el vencedor por segundo año consecutivo para la crítica gracias a sus trabajos en "Loreak", "Lasa y Zabala" y "Theo´s House". En la categoría extranjera, "Interstellar" de Hans Zimmer se ha hecho, de manera holgada, con el premio a mejor score, mientras que el también francés Alexandre Desplat, por séptima vez, se ha alzado como mejor compositor por trabajos como "The Grand Budapest Hotel", "The Imitation Game", "The Monuments Men" o "Godzilla". Los premios nacionales serán entregados a los compositores ganadores durante la próxima edición de FIMUCITÉ 9 (Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife), que se celebrará entre los días 3 y 11 del próximo mes de julio, con la Orquesta Sinfónica de la ciudad interpretando una suite de los trabajos galardonados.
El jurado de esta XI edición, compuesto por 29 miembros, ha estado integrado por (orden alfabético): Juan Francisco Álvarez (Encadenados.org), Ricardo Borrero (Cine y Bso), Eduardo Casanova (Cope Valencia), Xavier Cazeneuve (El Violí Vermell-Catalunya Música), Gorka Cornejo (Scoremagacine), Manuel E. Díaz Noda (adivinaquienvienealcine.com, FIMUCITÉ), Ramón Esteban (Radio Marca: "La Claqueta"), Josep Lluís Falcó (Historiador, Revista Musical Catalana, Universitat de Barcelona), Teresa Fraile (Doctora por Universidad Extremadura de Didáctica de la Expresión Musical; autora libro "Música de cine en España: Señas de Identidad"), Ignacio Garrido (Scoremagacine, bandasonora.org), Sergio Hardasmal (Revista Acción Cine Video), David Huélamo (nochedecine.com), Joaquín López González (Doctor en Historia y Ciencias de la música por Universidad de Granada y autor de artículos sobre música de cine), David Miner (COPE), Pablo Nieto (Scoremagacine), Matilde Olarte (Doctora en etnomusicología española por Universidad de Salamanca, autora libros de Música y Cine), Miguel Ángel Ordóñez (Scoremagacine, Revista Academia), Joan Padrol (Dirigido Por), Antonio Pardo Larrosa (Revista Melómano), Antonio Piñera García (musicadecine blog), Jaume Radigales (Doctor en Historia del Arte por Universidad Barcelona y profesor Ciencias de la Información en Universidad Blanquerna,. Autor del libro "La música en el cinema"), David Rodríguez Cerdán (Scherzo, Revista Academia), José Vidal Rodríguez de Liébana (Scoremagacine), Joaquín Rodríguez Fernández (labutaca.net), Miguel Fernando Ruiz de Villalobos (Imágenes de Actualidad), Juan Ángel Saiz (Rosebud, Scoremúsica), David Serna (Scoremagacine), Javier Suárez-Pajares (Doctor en Musicología por Universidad Complutense de Madrid, Diverdi) y Frederic Torres (Scoremagacine).
La lista de GANADORES del 2014, en sus respectivos apartados, son los siguientes:
MEJOR BANDA SONORA NACIONAL
Autómata (Zacarías Martínez de la Riva)
MEJOR COMPOSITOR NACIONAL
Pascal Gaigne
MEJOR BANDA SONORA EXTRANJERA
Interstellar (Hans Zimmer)
MEJOR COMPOSITOR EXTRANJERO
Alexandre Desplat
“50 SOMBRAS DE GREY”. LUCES Y SOMBRAS
BIOPICS (V). “ALMA SALVAJE”. EL FLUIR DE LA CONSCIENCIA
Frente a los biopics que se apoyan en la experiencia profesional o vital de un personaje de relevancia histórica, o conocido por la audiencia, encontramos también aquellos trabajos que prefieren optar por nombres anónimos, de vida aparentemente cotidiana, pero que han llevado a cabo alguna acción fuera de lo común que hace que sus vivencias sean material idóneo para el cine. Ese es el caso de “Alma Salvaje”, enésima revisión del tema de la superación personal y la redención de un pecado pasado, adornada en esta ocasión con los espectaculares espacios naturales del Sendero de las Cimas del Pacífico, situado entre California, Oregón y Washington, en pleno desierto del Mojave.
La historia de Cheryl Strayed tiene mucho de épica, pero no resulta especialmente novedosa. Se trata de la experiencia de una mujer, quien tras caer en una depresión por la muerte de su madre que la lleva a las drogas y al sexo indiscriminado con todo tipo de desconocidos, decide poner orden en su vida iniciando un camino de peregrinación con el que reencontrarse a sí misma y exorcizar los pecados de su pasado. La historia comienza in media res, ya con Cheryl en pleno camino, para a continuación mostrarnos su viaje desde su llegada al sendero, salpicado por continuos flashbacks con estructura de fluir de la consciencia, a modo de monólogo interior que va rellenando los espacios vacíos de la vida de la protagonista. En este sentido es de agradecer de partida el trabajo como guionista de Nick Hornby, quien a partir de una trama de corte realista construye una historia que tiene más de viaje interior y de renacer espiritual que de itinerario físico. En la película el personaje de Cheryl se enfrenta a un doble dilema. Por un lado, el desgaste físico que supone recorrer 1.600 kilómetros de desierto y montañas, la indefensión ante fenómenos naturales o el encuentro con personajes de los que teme un asalto sexual; pero por encima de todo está la lucha existencial, el enfrentarse a los traumas del pasado, que van manifestándose a lo largo del camino como capas de una cebolla, con el fin de curar las heridas que le impiden seguir adelante con su vida. Así, los principales conflictos de la trama, aquellos que parten de su estrecha relación con su madre, se encuentran dentro de la cabeza de la protagonista y no en el abrupto camino que hay frente a ella. Como toda road movie que se precie, contamos también con una estructura episódica, donde los diferentes encuentros que va teniendo la protagonista en su itinerario sirven para profundizar no sólo en las heridas de la protagonista, sino en ese retrato alternativo de un sector social de Estados Unidos que existe, pero que generalmente queda relegado del cuadro general. Nos referimos a ese grupo poblacional que aún encuentra en el extenso mapa geográfico del continente una incitación al nomadismo. De esta manera nos vamos encontrando con un conjunto de personajes que no encajan con un estilo de vida gregario y que conectan entre sí en ese entorno libre y natural.
Con este material literario de base, el director Jean Marc Vallée hace una apuesta cercana a la ya empleada en su anterior y exitosa película, “Dallas Buyers Club”. Pese a lo dramático del argumento, el cineasta evita en todo momento caer en el sentimentalismo o el melodramatismo. Su mirada es fría y objetiva, sin desatender el plano cercano e intimista hacia la protagonista. Tampoco cae en el cine de postal, algo altamente tentador en un entorno natural como el que sirvió de localización para la película. La naturaleza se muestra hermosa y hospitalaria, pero también violenta y amenazante, chamánica incluso en esos momentos en los que la fauna parece acoger y encarnar los fantasmas de Cheryl. Así, de la misma manera que, en los momentos adecuados, se permite el uso paisajístico de la imagen (extraordinaria dirección de fotografía de Yves Bélanger), Vallée no se censura a la hora de exponer la parte más cruda y escabrosa de la historia, sin caer nunca en el regodeo morboso. Se trata además de una cinta que se apoya más en el silencio y la voz en off que en el dinamismo del diálogo o la acción. Esto puede ser contraproducente, ya que el espectador puede encontrar el ritmo de la narración lento y monótono, sin embargo, no podemos negar que la cinta está narrada en la cadencia que necesita la historia y el marco en el que se desarrolla.
La tercera pata sobre la que se sostiene la película es la interpretación. Reese Witherspoon (quien además es productora de la película) se implica a fondo con el personaje de Cheryl Strayed a todos los niveles. La actriz responde ante las exigencias físicas de este papel y lo que supone el rodaje en entornos naturales, reflejando a la perfección los cambios físicos de la protagonista a lo largo de su itinerario por el sendero, y lo que es más importante, refleja a la perfección ese mundo interior que se va manifestando en forma de pensamientos y recuerdos. Witherspoon se expone física y emocionalmente con este personaje, tanto en su degradación sexual como en la drogadicción en la que cae víctima de la depresión. El arco dramático de Cheryl Strayed pasaba por diferentes registros, la mayor parte de ellos poco placenteros, pero la actriz no teme enfrentarse a ellos y los resuelve de manera sobria y naturalista, sin histrionismos ni melodramatismos. Por su parte, Laura Dern afrontaba un personaje difícil, presentado de manera discontinua, sin posibilidad de darle un encadenamiento dramática, pero siempre aportándole un carisma especial que justificara la dependencia emocional del personaje de Cheryl, ofreciendo también un resultado admirable y demoledor.
“Alma Salvaje” es una de esas películas que no destacan tanto por lo que cuentan, sino por cómo lo cuentan. No podemos decir que la trama en sí sea novedosa, o que aporte algo que no hayamos descubierto antes en otros títulos de características similares; sin embargo, es la combinación de talentos (guion, dirección, interpretación) lo que eleva el punto de partida inicial y consigue proporcionar al resultado final un carácter único y peculiar que la distingue de tantos otros dramas de superación y redención personal con aspiraciones a Oscars que se estrenan en estas fechas.
“BIRDMAN (O LA INESPERADA VIRTUD DE LA IGNORANCIA)”. LA INSOPORTABLE LEVEDAD DE LA FAMA
La principal diferencia entre un artista y un artesano en el cine está en que mientras este último emplea los recursos narrativos del cine para encontrar la mejor manera de narrar una historia, el primero echa mano de su creatividad para encontrar un lenguaje propio y novedoso. Ambas posturas tienen sus virtudes y defectos y muestra de eso lo podemos encontrar precisamente en la película que aquí nos ocupa, “Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia)”.
La cinta nos presenta una historia donde se indaga en la bifurcación entre el arte popular y el arte culto, es decir, aquel apoyado y defendido por la mayoría y considerado generalmente como vulgar o el destinado a una minoría elitista e intelectual, recelosa de ver invadido su espacio privado. La bisagra entre estos dos mundos es Riggan Thomson, un actor, otrora perteneciente al primer grupo, una estrella de cine recordada por su papel en una franquicia comercial, que decide buscar su redención artística como intérprete escenificando una obra de Raymond Carver en el exquisito entorno teatral de Broadway. En ese mundo de apariencias, excentricidades artísticas y frustraciones psicológicas, nuestro héroe se debate entre el éxito fácil de la popularidad (ya sea por la sombra de su fama hollywoodiense pretérita como por los cantos de sirena de los realities televisivos o las redes sociales) o el desdén del prestigio interpretativo como carnet de socio de un club exclusivo y snob. Al mismo tiempo hay un continuo enfrentamiento entre el naturalismo del conjunto con lo artificioso de determinadas situaciones, del realismo sucio de la puesta en escena con lo fantasioso del mundo interior del Hombre Pájaro.
La cinta saca partido de los ecos que este papel pueda tener en la carrera de su actor protagonista, Michael Keaton, quien alcanzará su momento de mayor fama gracias a su papel de Batman en las dos entregas del héroe del cómic dirigidas por Tim Burton en 1989 y 1992. Tras eso su carrera fue naufragando en papeles y películas cada vez más insulsas y de menor caché, no levantando cabeza ni tras ser rescatado por Quentin Tarantino en “Jackie Brown” en 1997. Al igual que para Riggan el estreno de la obra de Carver, para Keaton “Birdman” se ha convertido en la última oportunidad para demostrar su calidad como actor y probar que cuenta con mimbres dramáticos hasta ahora inexplorados en su filmografía. El actor, sin duda, ofrece aquí la mejor interpretación de su carrera, no sólo parodiándose a sí mismo, sino manteniendo una ajustado equilibrio en los aspectos humorísticos y dramáticos de su personaje. Desde la perspectiva de Riggan, el espectador es consciente del sinsentido de todo ese mundo hipócrita, pero también comparte la desesperación y la ansiedad de un personaje que siente que ha fracasado en todos los aspectos de su vida.
También podemos encontrar ecos biográficos en el personaje de Mike Shiner, interpretado por Edward Norton. Al igual que su encarnación ficticia, Norton es un actor que cuenta con un gran prestigio como intérprete, pero cuya difícil personalidad siempre le ha generado roces y enfrentamientos con aquellos con los que ha trabajado. Actor del método, en la pantalla interpreta a una estrella de los escenarios que necesita meterse en la piel de su personaje para poderlo interpretar, ya sea emborrachándose cuando éste tiene que beber o teniendo una erección cuando practica el sexo, con la particularidad de que él particularmente luego es incapaz de hacer estas cosas en el mundo real, necesitando por lo tanto del escenario para llevar una vida cotidiana.
El duelo interpretativo entre Keaton y Norton marca algunos de los momentos más destacados de la película, retroalimentándose el uno del otro, así como de la rivalidad de sus personajes en la pantalla. Esta dinámica acaba monopolizando la película, restando protagonismo al resto de los personajes. En algunos casos, como es la presencia de Emma Stone, se consigue dar una cierta impresión de cierre al arco argumental del personaje, en otros, como los papeles de Naomi Watts o Zach Galifianakis, estos quedan abiertos e incompletos. Aún así, hay un esfuerzo por ofrecer diferentes facetas de cada uno de ellos, evitando caer en la mera caricatura. Esto último sólo sucede con uno de los personajes, la crítica teatral interpretada por Lindsay Duncan, el papel más plano de la película, a pesar de la siempre fuerte personalidad de la actriz en pantalla.
Alejandro González Iñárritu prescinde de una puesta en escena tradicional y se arriesga con una narrativa construida a partir de extensos planos secuencia encadenados uno detrás del otro, con el fin de dar la impresión de que nos encontramos ante una única e imposible toma, de la misma manera que hiciera Hitchcock en 1948 con “La Soga”. Curiosamente, ambas películas tienen mucho de teatral, aunque Iñárritu se atreve con planos mucho más complicados y extensos, con exteriores e intrincados movimientos de cámara. Las ventajas del cine digital le abren al director una mayor libertad para desenvolverse con soltura por las localizaciones, aunque esto no resta dificultad a la ejecución, como tampoco simplifica la soberbia labor de fotografía realizada por Emmanuel Lubezki. Secuencias como el paseo en ropa interior del protagonista por las calles de Nueva York o momentos más intimistas como las escenas de Rigaan y Mike en el bar demuestran el gran talento narrativo del director y la asombrosa versatilidad del director de fotografía.
Lo calculado de cada encuadre, cada movimiento de cámara, de la duración de cada plano secuencia contrasta con la naturalidad de los actores que se meten tanto en sus personajes que parecen estar improvisando sus palabras y gestos. En esto tiene también mucho que ver la música del percusionista Antonio Sánchez, quien con el ritmo de su batería hace fluir la imagen y el trabajo de los actores con una apabullante sensación de inmediatez y frescura. Nos podemos preguntar si realmente era necesario filmar la película de esa manera o si la decisión responde al snobismo de un director impregnado por el artificio artístico de sus personajes. Es cierto que la concepción visual de la historia en planos secuencias no responde a ninguna necesidad narrativa, sin embargo, Iñárritu consigue que cada uno de ellos esté lleno de significado y que no se quede todo en boutade de autor.
“Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia)” pone al espectador contra las cuerdas y le obliga a posicionarse con respecto a lo que está viendo. Es difícil quedar indiferente ante las imágenes de Iñárritu, quien prefiere espantar a la audiencia con su pretenciosidad a que ésta salga de la sala cómplice de su paquete de palomitas.
ESTRENOS DEL 20 DE FEBRERO
BIOPICS (VI). “FOXCATCHER”. JUGUETES ROTOS.
Con sólo tres películas en su haber (pero, ¡qué tres películas!), Bennet Miller ha ido construyendo una filmografía de lo más sugestiva y coherente, perfilando de manera extraordinaria no sólo las temáticas que aborda, sino también el tono narrativo y el tratamiento estilístico de todas ellas. Su cine ha tenido la fortuna de contar con presupuestos medianamente holgados y la participación de actores y estrellas de primera fila en la industria, sin embargo, hasta ahora siempre se ha alejado de los parámetros habituales marcados por los grandes estudios en Hollywood. Ya la cinta que le lanzó a la fama y el prestigio como cineasta, “Truman Capote”, se apartaba del tono de la mayor parte de los biopics, evitando la condescendencia hacia la figura de su protagonista y no dudando a la hora de definirlo como una persona egoísta y maquiavélica que, en su afán de exprimir y sacar provecho de los que está a su alrededor, acabó destruyéndose a sí mismo moral y artísticamente. “Moneyball” ofreció un acercamiento al deporte rey en Estados Unidos desde una perspectiva desapegada y evitando falsos patriotismos. Se trataba de un análisis interno no tanto del juego en sí como del apartado empresarial que lo sustenta, ilustrando además un punto de inflexión en la evolución de baseball, la última claudicación del deporte en favor de la estadística pura y la frialdad de los datos computerizados. Con “Foxcatcher” sigue tratando el tema del deporte en la cultura estadounidense, de nuevo con una historia basada en hechos reales con tintes dramáticos.
La cinta nos presenta la historia de Mark Schultz, campeón olímpico, pero siempre a la sombra de su hermano Dave, quien en su búsqueda de su propia identidad acaba cayendo en las redes de John Du Pont, multimillonario también marcado por una dependencia emocional familiar y necesitado de demostrar su valía para ser considerado digno del legado familiar. Miller es contundente a la hora de presentar a los dos personajes principales, sin andarse con medias tintas, ni engañosos suspenses. Desde sus primeras escenas, el personaje de Mark evidencia su carácter introspectivo y solitario, de personalidad insegura y carente del carisma que se le presupone como héroe olímpico. Tampoco su situación económica es boyante, mendigando aquellos compromisos a los que no puede acudir su hermano y sin apenas nada para comer, quedando su vida reducida exclusivamente a su dedicación deportiva (entrenamientos y estudio de los vídeos de los combates para corregir errores). Como sucederá también con sus otros dos compañeros de reparto, Channing Tatum realiza una construcción de personaje centrípeta, que va desde el exterior, lo físico, hacia el interior. Su propio lenguaje corporal queda definido por la postura encorvada que debe tomar en el ring, lo que enfatiza una imagen deshumanizada, casi simiesca. De pocas palabras y pasivo en sus acciones, es este componente físico lo que aporta al espectador información acerca del estado anímico y los pensamientos de Mark Schultz.
Por su parte, Du Pont va acompañado desde el principio por una áurea oscura. De físico menudo y, a priori, poco amenazante, incluso ridículo, de ritmo lento y entrecortado, su presencia parece ir acompañada por el tic-tac de una bomba de relojería, de igual manera que su amplio apéndice nasal y su altiva y arrogante forma de mirar a los que están a su alrededor ayudan a definir al personaje como alguien prepotente y engreído, aunque también víctima de un profundo complejo de inferioridad. Du Pont es el último escalafón de un ilustre linaje familiar, representado en la película por su autoritaria madre (fugaz, pero espléndida Vanessa Redgrave). Esta herencia se antoja un bagaje muy grande para el personaje, quien busca la manera de destacar y convertirse en ese líder que perpetúe la posición social de la familia. Esta presión psicológica convierte al personaje en alguien que se debate entre lo que pretende aparentar y esa medianía que no puede ocultar, comprando afecto con dinero e intentando construir una imagen pública de sí mismo financiando el equipo olímpico de lucha libre o produciendo un documental entorno su figura. Para afrontar este papel, Steve Carell se ha apoyado principalmente en la prótesis nasal que creó el departamento de maquillaje, construyendo el lenguaje corporal del personaje y su mundo interior a partir de ese desproporcionado epicentro.
El tercer pilar de la historia, aunque con un rol más secundario, es Dave Schultz, hermano mayor del protagonista y referente personal y profesional de éste. En el momento en que da comienzo la película, Dave es ya una institución en el deporte, y los méritos de Mark quedan subordinados a su legado. Esta situación de eterno segundón marca también la relación tensa de los dos hermanos, aunque en este sentido, Dave busca siempre apoyar y motivar a Mark. Frente a la estriada psicología de los otros dos personajes, Dave Schultz representa todo aquello a lo que ellos aspiran. Él es el atleta respetado y querido que Mark quisiera ser, además de ese líder natural y carismático que Du Pont simula encarnar. Además, frente a los otros dos, Dave presenta un equilibrio emocional más estable, no sólo por sentirse realizado con su trabajo, sino además por contar con una relación familiar con su mujer y sus hijos que sirve de contraste positivo a las carencias afectivas de Mark y Du Pont. Si ya de por si los dos protagonistas presentaban un perfil psicológico al límite, la envidia hacia la figura de Dave hace que la combinación sea aún más explosiva. El trabajo de Mark Ruffalo comparte algunas de las características físicas que ya habíamos apreciado en la labor de Channing Tatum, aportando al personaje también una forma peculiar de caminar y moverse, pero mientras Mark es presentado como un personaje esquivo, Dave es la otra cara de la moneda, cercano y afectuoso con su hermano.
Con estos ingredientes “Foxcatcher” está lejos de ser la típica historia de superación y redención que gusta en Hollywood, especialmente de cara a los Oscars, más bien todo lo contrario. Miller ha querido indagar en la crónica negra estadounidense y trasmitir al espectador el terror y la claustrofobia que subyace en esta historia. Para ello ha optado por una puesta en escena difícil y arriesgada, basada en un ritmo lánguido y pausado, compuesto por planos abiertos y largos, y dejando que el silencio genere una ambientación angustiosa y desasosegante. Desde el inicio de la película el director se emplea a fondo para generar en el espectador incomodidad y repulsión, logrando que hasta el plano más simple y cotidiano resulte perturbador, preparando así a la audiencia para el rotundo y abrupto clímax final. Por otro lado, es también necesario resaltar la excelente labor tanto de Tatum como de Ruffalo (aunque quizás más a éste, ya que a Tatum siempre ha mostrado una excelente forma física previa a la película) a la hora de representar las secuencias de lucha libre. La puesta en escena de Miller no deja mucho margen para usar dobles, por lo que resulta evidente que ambos se han encargado de interpretarla estas secuencias, demostrando un gran trabajo de documentación y preparación previa para ilustrar estos combates de manera fidedigna. La parte más endeble de la cinta tiene que ver con aquello que se sale de ese triángulo destructivo que se crea entre los tres personajes principales. Concretamente, todo lo referente a la vida familiar de Dave Schultz queda meramente apuntada para añadir capas psicológicas al personaje y como contraste con el ambiente enrarecido de la trama principal, pero apenas tiene peso en el metraje, ni da pie para que, por ejemplo, Sienna Miller (encargada de interpretar a Nancy Schultz) pueda dar mayor entidad a su personaje. Y es que ni la puesta en escena de Miller, ni en la interpretación de los actores permiten la entrada de ningún sentimentalismo, ni ningún triunfalismo que oxigenen la atmósfera contaminada de la narración. Incluso en los momentos más positivos de la trama, el director se las apaña para plantar la semilla de la amenaza, ya sea a través de la interpretación de los actores o con una planificación en absoluto complaciente o preciosista. Esto convierte a “Foxcatcher” en una cinta tortuosa y displicente con el espectador, para quien el visionado de la película puede suponer una difícil viacrucis, pero a quien, una vez abandonada la sala de cine, sus personajes y la historia le seguirán acompañando gracias a la contundencia de la narrativa y la implicación de los actores.
EN LAS HORAS PREVIAS A LOS OSCARS: PREMIOS CÉSAR
“BOYHOOD”. UNA CUESTIÓN DE TIEMPO
Resulta llamativo que un año que ha reunido tantos biopics en la carrera a los Oscars (como hemos visto y seguiremos repasando en este blog próximamente) la cinta que mejor podría representar este subgénero cinematográfico no esté basada en hechos reales. Con “Boyhood” el cineasta Richard Linklater llevó a cabo un experimento narrativo a largo plazo. Durante 12 años estuvo rodando una película sin un plan preestablecido, sino permitiendo evolucionar al guion de acuerdo a los cambios particulares de los actores, pero también del contexto sociopolítico en Estados Unidos. De acuerdo a su línea de trabajo habitual, los intérpretes pasaron a ser un elemento activo en la escritura del guion, aportado elementos personales a sus personajes y llevándoles de la mano en su evolución temporal. La idea no era presentar una historia compacta y sin fisuras, sino todo lo contrario, trasladar a la película el caos, la ruptura y la discontinuidad propia de la vida cotidiana, algo que el propio cineasta ya había tratado en películas anteriores como su opera prima “Slaker”, “Movida del 76” o en su trilogía “Antes de…”. Sin embargo, mientras que aquellas concentraban la acción en un único día para analizar como actos ordinarios podían marcar un punto de inflexión en la vida de los protagonistas, aquí el director abarca un periodo que comprende desde el fin de la infancia hasta la llegada de la madurez en forma de micropiezas que sirvan de retrato generacional de la primera década del siglo XXI.
El primer gran acierto de la película ha sido la labor de casting, no sólo reclutando intérpretes de peso como Patricia Arquette o Ethan Hawke (este último actor fetiche de Linklater), quienes se comprometieron a un plan tan a largo plazo, sino sobre todo el descubrimiento del joven Elar Coltrane, quien debido a su juventud cuando se inició la producción de la película es difícil verlo separado de su personaje en la pantalla (Mason), aunque evidentemente los acontecimientos de los que somos testigos no estén inspirados en la propia vida del actor protagonista. Esto nos lleva a plantearnos la duda de cuánto de lo que vemos es interpretación y cuánto la personalidad del propio niño reflejada en su personaje, siendo precisamente en la fina línea que separa una dimensión de otra donde Linklater obtiene sus mayores logros. Muchos podrán decir que, al fin y al cabo, el cine es ficción y eso mismo se podía haber rodado en mucho menos tiempo, con diferentes actores que encarnen las diferentes edades del protagonista y recurrir al maquillaje para los actores adultos, sin embargo, eso quitaría todo el sentido a la película. No es que lo excepcional de su proceso de producción sea más relevante que la historia en sí, sino que eso es lo que aporta a la narración ese grado de autenticidad y naturalismo sobre el que el director construye toda la historia. Durante 165 minutos somos testigos de momentos cotidianos, pero significativos en la vida de Mason, desde la separación de sus padres, su vida itinerante debido a la inestabilidad sentimental de su madre, el despertar sexual, su primer contacto con el alcohol y las drogas, el primer amor, la primera ruptura y el fin de un ciclo al graduarse en el instituto. Los diálogos buscan la fluidez de lo cotidiano, pero sin ocultar tampoco la pretenciosidad de lo trascendental, casi como la que podemos esperar del idealismo adolescente. Linklater sabe conducir con fluidez al joven Coltrane de manera que en ningún momento vemos a un niño interpretando un papel, sino una completa simbiosis entre actor y personaje.
Curiosamente, más complicado en ese sentido tiene que haber sido poder integrar en ese juego a los actores adultos, especialmente Patricia Arquette e Ethan Hawke, quienes a diferencia de Coltrane llegan a la producción ya viciados con los recursos habituales del cine convencional. Arquette ofrece un sólido trabajo como secundaria construyendo un impactante personaje, siempre en el filo del derrumbe, pero capaz de resurgir de sus cenizas una y otra vez, ya sea tras otro desengaño amoroso, un cambio laboral, superar las continuas crisis económicas o la dificultad de criar a dos hijos ella sola. Para todos los intérpretes el paso del tiempo es una constante en esta película, pero, en este sentido, y debido en gran parte al doble baremo existente en Hollywood para actores y actrices, para Patricia Arquette se trata de un rol con el que ella queda aún más expuesta, evidenciando en apenas dos horas y media todo el proceso de envejecimiento y los cambios físicos generados a lo largo de esos 12 años. La actriz abraza esa íntima exposición y la convierte en las herramientas con las que construir su personaje, añadiendo así, a medida que avanza la película, capas de madurez que van más allá de lo meramente físico y que tienen que ver con la propia experiencia vital de la actriz. En el caso de Ethan Hawke, la relevancia del personaje en la película es más discontinua, debido también a la relación menos estrecha de Mason con su padre, una figura la mayor parte del tiempo ausente y que cada vez que aparece da la impresión de estar experimentando una etapa personal diferente. Se trata de un personaje al que le cuesta más sentar la cabeza y cuando lo hace supone para él una especie de rendición existencial, renunciando a sus sueños de juventud para poder formar y mantener a su nueva familia. Hawke representa a la perfección ese peterpanismo y aprovecha para jugar con la caracterización del personaje, ofreciendo en cada nueva aparición una reinvención de éste. Es verdad que su papel es menos relevante que el de Arquette, pero para compensar protagoniza algunos de los momentos más llamativos de la cinta, como la premonición de la victoria de Barack Obama o la celebración del decimoquinto cumpleaños de Mason con la nueva familia política de su padre.
No todas las elecciones hechas por Linklater cuajaron bien en la película. El apartado más endeble de la cinta tiene que ver con el personaje de la hermana de Mason, interpretada por la hija del director, Lorelei Linklater. Tal vez con la idea de compartir espacios con su hija, tal vez queriendo ver en ella un incipiente interés artístico, o por mero nepotismo ‘a la Coppola’, lo cierto es que ya desde un principio el personaje de Samantha no termina de encajar en la historia y a medida que va pasando el tiempo se puede apreciar de manera evidente el desinterés de la actriz y se va convirtiendo en un eslabón cada vez más accesorio. Linklater no puede deshacerse de ella (eso supondría viajar atrás en el tiempo para volver a rodar aquellos planos sin la actriz), pero es consciente de que se trata de una rémora para la historia. La etapa rebelde de la adolescencia le permite al director para alejar al personaje del núcleo central de la narración y diluir su relevancia dentro de la trama. A su vez la trama está poblada de múltiples personajes secundarios que entran y salen de la trama, fugaces como cada etapa en la vida de Mason. Algunos tendrán más relevancia en la evolución de emocional del protagonista, otros muchos simplemente pasarán por allí de manera casual y episódica, ayudando así a subrayar lo efímero y discontinuo de la vida.
El cine de Richard Linklater siempre ha brillado más cuanto más elemental y terrenal es su puesta en escena. Es cierto que el director ha tenido sus devaneos con el cine mainstream hollywoodiense (“Los Newton Boys”, “School of Rock”, “Una Pandilla de Pelotas”), y ha experimentado con formatos alternativos (sus dos trabajos de animación “Waking Life”, “A Scanner Darkly”), pero por lo general su seña de identidad ha estado más identificada con un cine casi documentalista, donde el director busca pasar desapercibido con planos largos y naturalistas y donde toda la atención se centra en los personajes y los diálogos. “Boyhood” no es una excepción a esto. Su cámara se convierte en un observador objetivo de la acción, optando por la cámara en mano y enfatizando lo ordinario de la acción con una planificación aparentemente improvisada, imperfecta (como la propia vida), sin planos predeterminados, ni encuadres o movimientos de cámara complicados, pero, sin embargo, con la suficiente intencionalidad como para captar el carácter intimista, poético, de la escena y sugerir que bajo ese microcosmos de cotidianidad hay una lectura universal, incluso, en ocasiones, mística. “Boyhood” resulta un trabajo original y llamativo por su proceso de realización, pero, estilística y temáticamente, encaja en la filmografía de Richard Linklater como una pieza de puzzle, a la que, a lo mejor por lo disperso de su realización, le falta una cierta cohesión y algo de compresión para llegar a la genialidad de “Antes del Anochecer”, pero que aun así resulta una maravillosa muestra de la particular visión artística de un director con un discurso y una seña de identidad propios.